(2013)
Las Madres de la Plaza de Mayo nos mostraron
el camino que el mundo debía seguir a base de pasos y de lucha. No seré
hipócrita para decirles que entiendo su lucha. Sólo una madre sabe lo que
significa perder a un hijo. Pero las acompaño y las apoyo con la humildad que
me confiere ser hijo.
Tengo la suerte de saber qué es
una madre, de qué está hecha: capaz de salir bajo cualquier diluvio por un
pedazo de pan y un puñado de trigo. Mi madre, con su corazón lleno de flores y
su mano de piedra.
Las madres son la luz que alumbra
el camino. Y si el camino está sucio y no les gusta, ellas ponen un mantel y te
piden que las ayudes a plantar un arbolito.
Una madre es el aliento
primitivo. Todos hemos respirado en su vientre, no lo olvides.
Ellas habrán escuchado nuestras
primeras palabras, pero nosotros, sus hijos, hemos escuchado las suyas desde el
momento en que habitábamos en su vientre, cuando ellas todavía soñaban con tenernos a nosotros. Hemos, también, vivido sus silencios.
Es por eso que muchas veces la madre no necesita decirnos nada, con una mirada
basta, porque sabe de dónde venimos.
¿Quién no ha comido cuando el
desamor nos había quitado el hambre tan sólo para dar el gusto a nuestra madre?
Madres, capaces de levantar a un
pobre y devolverlo al mundo después de un buen plato de sopa.
Madres, que no dudan en mirarte a
los ojos cuando a vos te acecha la culpa.
Madres, que te acurrucan en su nido
cuando pierdes una batalla, cuando el llanto te reclama.
Madres, que saben distinguir lo
bueno de lo malo y que por ello no se vanaglorian.
Madres, que sonríen infantilmente
cuando aplaudes sus comidas mejores, cuando dices algo inocentemente divertido.
Madres, que se emocionan hasta
las lágrimas cuando tú rompes tus propias barreras, cuando miras a la vida a
los ojos y te mantienes firme y guerrero.
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