(2009)
El ser humano alberga en su
interior cualidades diversas. Vamos al Ferrocarril San Martín. 8:42 de la
mañana. Verano. Vagones repletos de gente. Subo a uno de los vagones
intermedios. Me ubico a dos pasos del estribo. A mi derecha, gente apretada; gente apretada a mi izquierda. Mañana apretada, suelta
uno entre dientes. Frente a mí, la puerta abierta contra la pared del
vagón. Y con la espalda apoyada en la pared opuesta, leo sin apuro (una mano sostiene el
libro; la otra, en el bolsillo). El tren deja atrás varias estaciones. Personas
suben y bajan, bajan y suben personas.
Mientras el tren detiene su
marcha para frenar en la próxima estación, una señora, que se abre paso entre
la gente, se coloca frente a mí. Es gorda y baja. Viste jeans y una camiseta
amarilla sin inscripciones. El tren se tambalea. Acto reflejo: para no perder
el equilibrio, extraigo automáticamente mi mano del bolsillo con la intención
de apoyarla en la puerta frente a mí. Lo logro, no sin antes tocar una de las
tetas de la señora de remera amarilla. Mi reacción es nula: continúo inmerso en
mi lecutra. Naturalmente, no puedo seguir leyendo (guardo nuevamente mi mano en
el bolsillo). En cambio, y como es de esperar, mi mente describe –sin ganas- la textura de la teta gigante de la señora.
No tengo idea si la señora me está mirando: no alzo la vista. Cuando el tren se tambalea por segunda vez mi mano repite su error. Del bolsillo a la puerta haciendo escala en la enorme teta de la señora de la remera amarilla. ¿Mi reacción? Continúo inmerso en la lectura, pero esta vez esbozo un tibio “disculpe”, que la señora de la remera amarilla no escucha o decide no escuchar (al menos no la oigo disculparse).
No tengo idea si la señora me está mirando: no alzo la vista. Cuando el tren se tambalea por segunda vez mi mano repite su error. Del bolsillo a la puerta haciendo escala en la enorme teta de la señora de la remera amarilla. ¿Mi reacción? Continúo inmerso en la lectura, pero esta vez esbozo un tibio “disculpe”, que la señora de la remera amarilla no escucha o decide no escuchar (al menos no la oigo disculparse).
Ella se baja en la Estación Palermo sin decir
adiós. Yo sigo hasta Retiro. Durante el trayecto, miro por la ventana de la puerta
El ser humano alberga en su
interior cualidades diversas. Ignorar que en la vida las repeticiones son
naturales, es una de ellas. Una enorme teta acuosa lo demuestra.
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