(2015)
Lo presiento
en las esferas de mis juegos.
Tengo cinco años.
Sus pasos suben escalones
interminables con el peso
de los días largos. Tres pisos.
Sin ascensor.
Entonces lo veo: su aspecto cambia
cuando abro la puerta de casa
y grito papá con la alegría
de los cinco años.
Veo los enchufes de la realidad
caer al suelo: mi padre
me recibe con los oídos abiertos.
Su sonrisa se ensancha
(como si tirasen de los extremos con una soga).
Una fuente de calor mana en su pecho.
Así, el padre abraza a su hijo.
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