(2014)
La vida nos impide muchas veces disfrutar ciertas cosas simples. Uno no debe olvidar que son las cosas simples las que nos alegran la vida. Un chocolate caliente en invierno, un grifo lloviendo agua en tu cabeza en verano.
Hoy tuve uno de esos días en los que decidí no hacer nada. Me quedé en mi casa todo el día, excepto por la mañana, que salí dos veces a hacer compras mínimas. Almorcé sepia, bien acompañada por arroz con atún y huevo duro. (Placeres simples, de eso estoy hablando.)
Miré dos películas. La segunda sufrió un corte por la mitad, debido a unas ganas cuyo volumen creció hasta convertirse en una decisión sin retorno: abrí un libro.
Estoy leyendo con ganas la historia de Ed Wood, el peor director de cine de todos los tiempos, según dirían los grandes almacenes de noticias amarillistas llamado Hollywood. Cosas simples, lo que digo.
Entonces, reconociendo estos acontecimientos sin preguntas inútiles, bajé a comprar entradas para ir al cine. En Calle Santa Isabel, a dos cuadras del Cine Doré, esquina con Zurita, sentí que debía detenerme a mirar el paisaje que esta esquina madrileña nos ofrece cada día, si estamos atentos. Una calle que desciende en una breve curva, un horizonte de edificios que van perdiendo altura a medida que la calle baja, para darle al cielo un espacio más abierto que de costumbre.
Llegar a casa y escuchar una ópera de Puccini, hojear El Gran Gatsby en su edición en inglés. Cosas simples.
La vida nos impide muchas veces disfrutar ciertas cosas simples. Uno no debe olvidar que son las cosas simples las que nos alegran la vida. Un chocolate caliente en invierno, un grifo lloviendo agua en tu cabeza en verano.
Hoy tuve uno de esos días en los que decidí no hacer nada. Me quedé en mi casa todo el día, excepto por la mañana, que salí dos veces a hacer compras mínimas. Almorcé sepia, bien acompañada por arroz con atún y huevo duro. (Placeres simples, de eso estoy hablando.)
Miré dos películas. La segunda sufrió un corte por la mitad, debido a unas ganas cuyo volumen creció hasta convertirse en una decisión sin retorno: abrí un libro.
Estoy leyendo con ganas la historia de Ed Wood, el peor director de cine de todos los tiempos, según dirían los grandes almacenes de noticias amarillistas llamado Hollywood. Cosas simples, lo que digo.
Entonces, reconociendo estos acontecimientos sin preguntas inútiles, bajé a comprar entradas para ir al cine. En Calle Santa Isabel, a dos cuadras del Cine Doré, esquina con Zurita, sentí que debía detenerme a mirar el paisaje que esta esquina madrileña nos ofrece cada día, si estamos atentos. Una calle que desciende en una breve curva, un horizonte de edificios que van perdiendo altura a medida que la calle baja, para darle al cielo un espacio más abierto que de costumbre.
Llegar a casa y escuchar una ópera de Puccini, hojear El Gran Gatsby en su edición en inglés. Cosas simples.
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