(2014)
A la gente le gusta viajar. Es un hecho. Viajar y luego regresar a casa. Yo
creo que viajamos por razones interiores. Los viajes no son hacia fuera. No
volvemos a casa enamorados de los sitios que conocimos. No regresamos enamorados
de Roma o de París. Lo que sucede es que viajamos hacia adentro. No conocemos
Roma o París. No nos enamoramos de esos sitios, sino que encontramos paz en
nuestro interior en esos sitios. Nos conocemos a nosotros mismos a través de
los sitios que visitamos.
Inicialmente, viajé a París por tres noches. Cada día que pasaba terminaba
decidiendo quedarme una noche más. Fueron 7 días y 6 noches de una magia sin
igual. Con el tiempo descubrí que no me gustaban sus callejuelas grises y
bohemias. No decidía cada noche extender mi estadía un día más por la comida o
las mujeres inalcanzables de París. Cada día, cada hora, a cada instante, yo
viajaba y descubría sitios nunca antes visitados dentro de mí: tierras baldías,
ciénagas y bosques, laberintos y casas rurales.
El viaje despierta en nosotros una voz desconocida. Aunque suele gustarnos,
puede también desagradarnos. Puede cambiar el rumbo de nuestro carácter,
remodelar nuestra visión del mundo. Por eso nos gusta viajar. Porque cambiamos.
Acostumbrados a una rutina de pan con manteca y lunes a viernes, adormecidos
como centinelas aburridos una noche de lluvia y de frío, el viaje nos despierta
al mundo, revuelve nuestras entrañas como una noria que funciona día y noche.
Cuando viajamos, nos ocupamos de nosotros mismos, contrario a lo que sucede
en la vida diaria, en la que tenemos planeadas miles de actividades que no nos
llevan a nuestro propio interior.
En definitiva, siempre que regresamos de un viaje, lo hacemos con la
conciencia más flexible y terminamos por pensar que viajar es vivir.
Ahora tengo más ganas de viajar! Me conformo por el momento con uno mental...
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