(2012)
Hace
varios años me fui a de viaje al noreste de Argentina. Recorrí Tucumán, Salta, Jujuy. Mendoza capital fue la
última ciudad de ese viaje. Estaría 11 horas allí esperando un autobús que me
lleve de regreso a Buenos Aires. Nunca hubiese imaginado que en una pizzería vería a
Cortázar.
Las
11 horas se sucedieron con calma. Recorrí la ciudad a pie, sin peso en la
espalda gracias a que había dejado la mochila en un guarda equipaje de la
estación de autobuses. Me sentía contento después del gran viaje que había
realizado y la ciudad me envolvía con su encanto ameno y soleado de Febrero.
Era
verano, y la gente se movía con ese aire entre desenvuelto y retraído de los
días calurosos. Sin embargo, el olor de los neumáticos de los coches que
pasaban por las avenidas revelaba el rechazo que siento por el caucho y el
cemento.
Después de un tiempo de andar a la deriva, me
senté en las mesas de una pizzería, al aire libre, en una vereda cubierta por la sombra de árboles altísimos. Los transeúntes pasaban sin cesar, se cruzaban, se chocaban, se miraban.
Pedí al camarero dos porciones de pizza y fainá y una cerveza. En la mitad de la primera
porción, tres personas se sentaron dos mesas más allá. Llamaba la atención un
hombre que no llegaba a los 30 años, más bien relleno, con tatuajes y remera
negra sin mangas con inscripciones de rock. Me daba la espalda. Junto a él, una
mujer, de la misma edad, con un aire similar, también de espaldas. Cortázar
estaba entre los dos, de frente a mí.
Al
principio, como sucede en este tipo de momentos indescriptibles, no lo
reconocí. Estaba demasiado inmerso en la mozzarella que se me escapaba de la
boca. Fue después de tomar un trago de cerveza, al apoyar el codo en la mesa,
que mis ojos quedaron a la altura de su rostro.
Un
tipo como Cortázar, alto, con su rostro lampiño y sus ojos separados como dos polos
opuestos es fácilmente reconocible. A pesar de mi repentino descubrimiento, de
mi gran sorpresa, no lo dudé. No era culpa de la cerveza. Sólo había bebido dos
tragos. Cansancio al punto de tener visiones, tampoco sentía. Digamos que
estaba más bien relajado cuando lo reconocí. Está claro que ver a Cortázar
veinte años después de su muerte forma parte de un proceso de locura repentina,
de pura imaginación, de simple ilusión.
En
aquel entonces yo leía mucho a Cortázar. Había leído varias biografías. Supe que a sus veintitantos años había sido
asignado profesor de la
Universidad de Cuyo, cargo que ocupó un par de años hasta
que, por desavenencias con el peronismo, renunció. Eso había sido entre el año
44 y el año 46. Me incliné por la matemática, y funcionó a la perfección.
Cuando
había estado en la
Universidad de Cuyo, Julio Cortázar tendría unos 30 años
(nació en 1914). Allí conoció a una chica, la besó, pero una noche de descuido esa chica quedó embarazada. Pongamos por caso que fue en el 45. Tuvo
un hijo, un pequeño Julio. Llamémosle Julio II. En 2003, Julio II cumplió 58 años.
Veintiocho años antes, ese Julio II tuvo un hijo, otro Cortázar, el nieto
del escritor: Julio III. En 2003, ese muchacho, Julio III, tendría 28 años de edad. Ese mismo muchacho
es el que yo vi en una pizzería de Mendoza, junto con sus dos amigos de más o menos la misma
edad.
Una alucinación, seguramente. Sus libros siempre se caracterizaron por la fantasía que nace
en las redes de la cotidianeidad. Como dije, en aquel momento leía mucho sus
libros. No sería raro que sus cuentos me hayan influenciado, que hayan conseguido que yo busque presencias inauditas en sitios de lo más cotidianos. Todos
tenemos nuestros momentos, nadie se salva de errar hasta en los instantes de
mayor lucidez. No hay que exagerar. Los hechos me demostraron que frente a mí
había un Cortázar, no el escritor que todos conocemos, eso sí que hubiese sido
maravilloso, sino un Cortázar diferente, alguien que poseía,
naturalmente, sus mismos gestos, su físico, sus facciones, y ese aire de
bohemia y humo que siempre envolvió al escritor.
Ustedes,
lectores, querrán saber, quiero imaginar, que lo peculiar de todo este tema es
que Cortázar nunca tuvo hijos. Ahí reside lo curioso de aquella aparición.
Qué maravilloso! Yo creí haberlo visto, o haber visto a algún supuesto nieto en Mar del Plata. Tomando un café en el mes de octubre. Y no sé si será casualidad, pero lo recordaste justo cuando hubiera cumplido 98 años.
ReplyDeleteQueremos tanto a Julio.