(2012)
Jack Kerouac
12/03/1922 – 21/10/1969
Recuerdo el momento en el que abrí el libro En el camino por primera vez. Vivía con mi familia en un departamento del conurbano bonaerense. En el último piso del edificio, estaba la terraza. En la terraza, al dueño de cada departamento del edificio le correspondía un baulera, un cuarto pequeño con olor a humedad y a trastos viejos lo más parecido a un ático sin ventanas. Allí, entre sillas viejas, sombrillas y reposeras de playa con restos de arena seca, candelabros y vajillas viejísimos y cucarachas muertas panza arriba, había también cajas con libros. Casi todas, si no me equivoco, pertenecían a mi abuelo, heredadas por mi madre. En una de esas cajas descubrí, con asombro, el libro en cuestión. De amarilla tapa dura, perteneció a mi abuelo materno "El Negro" José Eduardo.
El mundo exterior que percibimos es el reflejo de lo que sentimos. En aquél entonces tenía yo 18 años. Era la época del descubrimiento del mundo exterior. Yo lo sentía así, pero al mismo tiempo buscaba algo dentro de mí. Muchas de las cosas que buscaba se sucedían entre las páginas de los libros que leía. Jack Kerouac fue un descubrimiento fascinante para mí. Sus palabras resumían mi manera de sentir la vida en aquél entonces. En el camino me demostró que se puede viajar con los bolsillos ligeros, con la mochila económica y con el alma llenándose del camino bajo inmensos cielos cambiantes. La realidad es el entorno que nos creamos para nosotros mismos. El trabajo y las obligaciones forman parte de esa realidad de manera implícita. La realidad sin la fantasía carece de sentido, de placer. Cuando viajábamos con mis amigos a la costa atlántica, yo lo vivía como un viaje de dentro hacia fuera. El día en que ascendimos el Cerro Uritorco, en Capilla del Monte, yo sentía que subía peldaños que me acercaban a las nubes y me depositaban en la tierra con el alma agradecida y el cuerpo liberado.
Me interioricé con los idilios de la Generación Beat. Leí a Gisnberg y a Burroughs, conocí algunos poemas de Ferlingetti, y seguí leyendo a Kerouac: Los vagabundos del Dharma, Los subterráneos.
Con el tiempo, fui descubriendo otros autores. Cambié. Y, con los cambios, cambiaron a su vez las lecturas, y los cristales de las ventanas de la Generación Beat fueron empañándose poco a poco. Hace poco intenté, sin éxito, leer Big sur y La vanidad de los Duluoz. No pude pasar de las 30 páginas en ninguno de los dos libros. Intenté releer En el camino otra vez, pero corrió la misma suerte: a las pocas páginas, lo cerré. La influencia de Kerouac en mi vida es similar a la que, tiempo después, tendría Cortázar. Hoy pienso que estos dos autores tenían algo en común: el sentido del movimiento continuo, que se hacía visible en sus prosas, con esa cadencia propia del jazz en uno y el vagabundeo por las rutas desnudas en el otro. Creo que ahí residía mi debilidad por su escritura (la de ambos).
En el fondo, presiento, sé que en algún momento releeré En el camino. ¿Cuándo? No lo sé. Es una certeza que no me es posible explicar. De alguna manera, siempre regresamos a aquellas cosas que nos alegraron, que inspiraron nuestras vidas, que nos dieron razones para sonreír. Y aunque todavía no sea el momento de hacerlo, aunque mi relación con Kerouac se haya desgastado un poco, como lo hacen todas las amistadas a distancia, le dedico estas palabras el día de su nacimiento, hace ya 90 años. À ton santé!
Nota: Vean este video de Jack Kerouac recitando un extracto de En el camino: http://www.youtube.com/watch?v=QzCF6hgEfto
Jack Kerouac
12/03/1922 – 21/10/1969
Recuerdo el momento en el que abrí el libro En el camino por primera vez. Vivía con mi familia en un departamento del conurbano bonaerense. En el último piso del edificio, estaba la terraza. En la terraza, al dueño de cada departamento del edificio le correspondía un baulera, un cuarto pequeño con olor a humedad y a trastos viejos lo más parecido a un ático sin ventanas. Allí, entre sillas viejas, sombrillas y reposeras de playa con restos de arena seca, candelabros y vajillas viejísimos y cucarachas muertas panza arriba, había también cajas con libros. Casi todas, si no me equivoco, pertenecían a mi abuelo, heredadas por mi madre. En una de esas cajas descubrí, con asombro, el libro en cuestión. De amarilla tapa dura, perteneció a mi abuelo materno "El Negro" José Eduardo.
El mundo exterior que percibimos es el reflejo de lo que sentimos. En aquél entonces tenía yo 18 años. Era la época del descubrimiento del mundo exterior. Yo lo sentía así, pero al mismo tiempo buscaba algo dentro de mí. Muchas de las cosas que buscaba se sucedían entre las páginas de los libros que leía. Jack Kerouac fue un descubrimiento fascinante para mí. Sus palabras resumían mi manera de sentir la vida en aquél entonces. En el camino me demostró que se puede viajar con los bolsillos ligeros, con la mochila económica y con el alma llenándose del camino bajo inmensos cielos cambiantes. La realidad es el entorno que nos creamos para nosotros mismos. El trabajo y las obligaciones forman parte de esa realidad de manera implícita. La realidad sin la fantasía carece de sentido, de placer. Cuando viajábamos con mis amigos a la costa atlántica, yo lo vivía como un viaje de dentro hacia fuera. El día en que ascendimos el Cerro Uritorco, en Capilla del Monte, yo sentía que subía peldaños que me acercaban a las nubes y me depositaban en la tierra con el alma agradecida y el cuerpo liberado.
Me interioricé con los idilios de la Generación Beat. Leí a Gisnberg y a Burroughs, conocí algunos poemas de Ferlingetti, y seguí leyendo a Kerouac: Los vagabundos del Dharma, Los subterráneos.
Con el tiempo, fui descubriendo otros autores. Cambié. Y, con los cambios, cambiaron a su vez las lecturas, y los cristales de las ventanas de la Generación Beat fueron empañándose poco a poco. Hace poco intenté, sin éxito, leer Big sur y La vanidad de los Duluoz. No pude pasar de las 30 páginas en ninguno de los dos libros. Intenté releer En el camino otra vez, pero corrió la misma suerte: a las pocas páginas, lo cerré. La influencia de Kerouac en mi vida es similar a la que, tiempo después, tendría Cortázar. Hoy pienso que estos dos autores tenían algo en común: el sentido del movimiento continuo, que se hacía visible en sus prosas, con esa cadencia propia del jazz en uno y el vagabundeo por las rutas desnudas en el otro. Creo que ahí residía mi debilidad por su escritura (la de ambos).
En el fondo, presiento, sé que en algún momento releeré En el camino. ¿Cuándo? No lo sé. Es una certeza que no me es posible explicar. De alguna manera, siempre regresamos a aquellas cosas que nos alegraron, que inspiraron nuestras vidas, que nos dieron razones para sonreír. Y aunque todavía no sea el momento de hacerlo, aunque mi relación con Kerouac se haya desgastado un poco, como lo hacen todas las amistadas a distancia, le dedico estas palabras el día de su nacimiento, hace ya 90 años. À ton santé!
Nota: Vean este video de Jack Kerouac recitando un extracto de En el camino: http://www.youtube.com/watch?v=QzCF6hgEfto
NACHITO,COMO SIEMPRE DIGO ,CADA DÍA ESCRIBÍS MEJOR, ASÍ COMO GARDEL CADA DÍA CANTA MEJOR.
ReplyDeleteQUE LINDO QUE HAYAS LEÍDO UN LIBRO DEL ABUELO MATERNO," QUE SE LLAMABA JOSÉ EDUARDO" (PARA TODOS NEGRO).
SEGUÍ VOLCANDO TUS SENTIRES EN EL BLOG, ES UNA FIESTA PARA LOS QUE TE LEEMOS!!
BESO GRANDE
LALA