(2011)
Utopía es una obra de danza, música y poesía que nació de la admiración de su creadora, María Pagés, por el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer . Para ella, su obra Utopía no se refiere al “no lugar” que la palabra indica. Es algo más fuerte aún: “una declaración de principios con forma de baile flamenco”. Utopía como “buen lugar”, dice. Y si para ella, que lo creó, significa eso, entonces para nosotros, que lo vivimos, que lo experimentamos, que lo sentimos significa otra cosa: la declaración de que su obra trasciende lo utópico, como “no lugar” y como “buen lugar”, como “lugar”, llanamente, o como “bello lugar”. En la hora y veinte minutos que dura, uno no puede parpadear, no quiere parpadear, teme parpadear. Porque parpadear sería perderse un momento único, trascendente, entre tantos de los momentos más bonitos que he visto sobre un escenario, con el corazón latiendo al ritmo de zapateo y voz, de danza y poesía. Son artistas como ella los que me hacen creer más que nunca en España.
Purgatorio es la obra protagonizada por Viggo Mortensen y Carme Elías. Su creador, Ariel Dorfman, nos abre la puerta a un Purgatorio donde dos personas, desde dos lugares diferentes, purgador y paciente, serán juez y condenado de la purgación del otro. ¿Cómo perdonar a una persona que ha pecado, que ha herido, que ha olvidado sus infracciones, si no es desde un banquillo de juez o desde la silla del purgador? La obra gira alrededor de la idea del ser que será purgado, y de las razones para serlo. Del des-cubrir la verdad que cada uno esconde. Cuando uno hace una crítica, quiere que sea constructiva, no violenta. No soy crítico ni mucho menos. Desde el sitio que me corresponde, el de espectador, confieso que esta obra me enseñó que el precio que se paga por un casting comercial revela una intención puramente económica. Y me enseñó, también, que el teatro es un ser que está vivo, que debe vivir. Vivir a cada instante, a través de sus actores, de su dinámica y la interiorización en el personaje. Sin estos ingredientes fundamentales, el teatro decae, no hay obra que perdure. La obra Purgatorio pierde la esencia más pura, porque cuesta creer en los personajes.
La realidad es que donde yo he realmente encontrado mi purgatorio ha sido al presenciar la obra de María Pagés. Y es curioso que la obra que me resultó más utópica de las dos haya sido la de Ariel Dorfman.
Utopía es una obra de danza, música y poesía que nació de la admiración de su creadora, María Pagés, por el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer . Para ella, su obra Utopía no se refiere al “no lugar” que la palabra indica. Es algo más fuerte aún: “una declaración de principios con forma de baile flamenco”. Utopía como “buen lugar”, dice. Y si para ella, que lo creó, significa eso, entonces para nosotros, que lo vivimos, que lo experimentamos, que lo sentimos significa otra cosa: la declaración de que su obra trasciende lo utópico, como “no lugar” y como “buen lugar”, como “lugar”, llanamente, o como “bello lugar”. En la hora y veinte minutos que dura, uno no puede parpadear, no quiere parpadear, teme parpadear. Porque parpadear sería perderse un momento único, trascendente, entre tantos de los momentos más bonitos que he visto sobre un escenario, con el corazón latiendo al ritmo de zapateo y voz, de danza y poesía. Son artistas como ella los que me hacen creer más que nunca en España.
Purgatorio es la obra protagonizada por Viggo Mortensen y Carme Elías. Su creador, Ariel Dorfman, nos abre la puerta a un Purgatorio donde dos personas, desde dos lugares diferentes, purgador y paciente, serán juez y condenado de la purgación del otro. ¿Cómo perdonar a una persona que ha pecado, que ha herido, que ha olvidado sus infracciones, si no es desde un banquillo de juez o desde la silla del purgador? La obra gira alrededor de la idea del ser que será purgado, y de las razones para serlo. Del des-cubrir la verdad que cada uno esconde. Cuando uno hace una crítica, quiere que sea constructiva, no violenta. No soy crítico ni mucho menos. Desde el sitio que me corresponde, el de espectador, confieso que esta obra me enseñó que el precio que se paga por un casting comercial revela una intención puramente económica. Y me enseñó, también, que el teatro es un ser que está vivo, que debe vivir. Vivir a cada instante, a través de sus actores, de su dinámica y la interiorización en el personaje. Sin estos ingredientes fundamentales, el teatro decae, no hay obra que perdure. La obra Purgatorio pierde la esencia más pura, porque cuesta creer en los personajes.
La realidad es que donde yo he realmente encontrado mi purgatorio ha sido al presenciar la obra de María Pagés. Y es curioso que la obra que me resultó más utópica de las dos haya sido la de Ariel Dorfman.
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