(2012) Desde mi primera experiencia en el exterior, descubrí sin sorpresa que me gusta enviar postales. No sé por qué. Debe ser una de esas cosas que a uno le apetece hacer. Será tal vez un pasatiempo, o las ganas de compartir con la gente querida lo que el espacio y el tiempo no nos permiten compartir. Será que me gustan sellos de otros países o dejar las postales en buzones extranjeros. Tal vez me gusta la síntesis que aplicamos en esos mensajes con sabor a nostalgia. Lo más probable es que sean todas esas razones, entre otras tantas, las que me hacen elegir una postal, escribir unas líneas pensando en la persona a la que le voy a enviar dicha postal, regresar a casa a buscar la dirección de fulanito, volver a la calle y caminar hasta el estanco más cercano para comparar una estampilla, humedecerla con la lengua, pegarla en la esquina derecha, lo más arriba posible, dirigirme al buzón más próximo y arrojar la postal no sin antes darle un beso de buena suerte, como si ese beso fuese e...
Fragmentos de una vida pasajera y sus múltiples identidades